viernes, 5 de diciembre de 2014

El latifundismo en Andalucía

El latifundismo ha sido y es una de las características del campo andaluz, lo que ha supuesto todo un lastre para el desarrollo económico y social del pueblo andaluz y, por tanto, su desarrollo como entidad política propia. El desigual reparto de la tierra, concentrada en unas pocas manos, creo una élite de terratenientes (sean de origen aristocrático o burgués) enfrentada a una mayoría de expropiados. El latifundio condena a la miseria al agricultor pobre y al jornalero, el uno privado de las mejores tierras, el otro forzado a trabajar mucho y cobrar poco.

El origen de los latifundios se sitúa en los siglos posteriores a la conquista castellana, en los que la economía andaluza pasa del urbanismo andalusí, basado en el comercio, la artesanía y una agricultura muy abanada, a una economía castellana, basada en el mundo rural y un sistema agrícola muy rudimentario. La propiedad en Al Ándalus estaba repartida, lo que posibilitaba un mejor aprovechamiento del suelo. La propiedad en la Andalucía recién conquistada sigue siendo de tipo andalusí mientras en el campo viva el moro. Pero, a medida que Andalucía es repoblada por castellanos y los moriscos son castellanizados por la fuerza, entre los siglos   la propiedad queda concentrada en manos de la nobleza mientras el pequeño campesino era saqueado. El soberano de Castilla patrocinaba personalmente el reparto de los campos de Andalucía, regalando enormes extensiones de tierra a la nobleza y a las órdenes religiosas. Los castellanos, que no padecen el latifundismo en el norte y centro de la Península, establecieron grandes propiedades al sur de las Navas de Tolosa. Esto se deba quizás a la mayor presencia musulmana en esta parte, pues la expulsión de estos provocó el abandono de amplias extensiones de tierra, lo que unido a la necesidad de reforzar militarmente la frontera con Granada, favorecía la colonización por parte de nobles y órdenes. Tanto en el valle del Guadalquivir, como en Extremadura y en La Mancha, los grandes latifundios representan buena parte de las propiedades agrícolas, casi la mitad a principios del siglo XX. En cambio, en Granada la presencia de latifundios es menor que en Sierra Morena y en la Depresión Bética, en parte por una conquista tardía y en parte por un relieve más accidentado.

Los campos de Andalucía continuaron perteneciendo a la nobleza castellana hasta las revoluciones liberales, en las que fueron privatizadas y comprados por burgueses y nobles adinerados. A pesar de este cambio en la forma de propiedad, el campo andaluz continuó siendo improductivo pues continuaba sin ser cultivado en buena parte de su totalidad. La mayoría de los andaluces continuaba trabajando de jornalero o arrendando una pequeña parcela y salvo la escueta reforma agraria republicana, nadie desde España prestó demasiada atención al problema andaluz. La industrialización franquista trajo de la mano la muerte del campo andaluz y la mayoría de los jornaleros y campesinos de Andalucía emigró a las regiones del norte o al extranjero. Y en lugar de desarrollarse la industria en nuestro país, millones de andaluces y andaluzas fueron obligados a trabajar como obreros en industrias de Cataluña, Euskadi o Alemania.

Hoy en día, buena parte de la tierra continúa perteneciendo a haciendas y cortijos, salvo la aparición de una mediana propiedad agrícola (invernaderos) en zonas de Almería y Huelva. Los cultivos tradicionales han dado paso a la agricultura intensiva que, si bien mejora la producción, añade un nuevo daño al campo: la contaminación. El uso de productos químicos y técnicas abusivas, y la extensión salvaje de los núcleos urbanos pone en peligro la riqueza natural de Andalucía.

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